El cáncer puede ser mortal. Sin embargo,
las investigaciones muestran datos optimistas, sobre cómo la actividad física
ayuda a que el cuerpo y la mente prevengan y curen esta enfermedad. Un
documento publicado en el Journal
of the American Medical Association (Moore
et al. 2016) indica que la actividad física reduce el riesgo de 13 tipos de cáncer.
Hay más noticias positivas sobre
ejercicio y cáncer. Un informe desde el Memorial Sloan Kettering Cancer Center
establece que “Numerosos estudios muestran que la actividad física regular está
vinculada a la expectativa de vida después del diagnóstico de cáncer, en muchos
casos disminuyendo el riesgo de recurrencia del cáncer " (Grisham 2014). La
American Cancer Society, World Cancer Research Fund, American Institute for
Cancer Research, American College of Sports Medicine, and U.S. Department of
Health and Human Services son algunas organizaciones que abogan por la
actividad física en pacientes y supervivientes de cáncer (Grisham 2014). Pero,
no es una cuestión de si el ejercicio ayuda, sino de cuánto funciona – basado
en la cantidad adecuada, calidad, acondicionamiento y tipo de cáncer.
Hay tres caminos que tomar en cuenta en
la batalla contra el cáncer. Para aquellos que no lo sufren, reducir el riesgo
es el objetivo fundamental. Para los que
lo han sufrido, la recuperación satisfactoria y por supuesto, reducir las oportunidades de reincidencia es lo más
importante. Para aquellos que actualmente lo padecen, las prioridades son deshacerse de él, y minimizar los efectos
nocivos de tanto el tratamiento como la enfermedad tienen sobre el cuerpo. Se
está demostrando que el ejercicio ayuda en los tres casos.
Investigaciones sobre Cáncer y Ejercicio. Una vista
rápida.
El cáncer es una agrupación de células
atípicas que se dividen sin parar; en otras palabras, su crecimiento está fuera
de control. Más frecuentemente (no siempre), el
resultado es un tumor. Algunos tumors son benignos y siempre estarán localizados, pero
los tumors canceroros son malignos y se pueden diseminar (metástasis) a otras
partes del cuerpo.
El sistema inmune alberga las fuerzas que
mantienen el cáncer a raya. De hecho, tenemos un agente inflamatorio potente
llamado factor de necrosis de tumos,
que puede ser amigo o enemigo, dependiendo de la situación (Wang & Lin
2008). Cuando nuestro sistema inmunológico está fuerte, combatimos el cáncer
con éxito. Cuando la inmunidad no es fuerte, o si el cáncer es potente,
podríamos perder la batalla y desarrollar síntomas de crecimiento del cáncer.
Mirar el cáncer desde una “perspectiva
active” es la mejor opción para combatir el cáncer. En un estudio en Harvard en
2005, las pacientes de cáncer de pecho que tenían una actividad física de
intensidad moderada -3 a 5 horas por semana (alto volumen). reducían los
indicadores que predecían la muerte por cáncer a la mitad) comparado con los
pacientes sedentarios (Holmes et al. 2005). Hasta un poco de ejercicio
incrementaba los niveles de los pacientes, independientemente del estado del
diagnóstico en cuanto a tiempo de vida.
Los estudios también han mostrado que
aquellos sujetos que hacían ejercicio físico en su etapa temprana de vida,
tienen menor probabilidad de sufrir cáncer de pecho en el futuro. Las mujeres
de China que hacían ejercicio unos 70 minutos por semana durante la
adolescencia, reducía su probabilidad de muerta de cáncer en un 16%, y aquellos
que seguían haciendo ejercicio de adultos tenían un 20% menos de riesgo de
muerte prematura, comparado con otras mujeres (Nechuta et al. 2015).
La cantidad de ejercicios indicada,
particularmente durante o justo después de un episodio de cáncer, requiere un
equilibrio que implique hacer el suficiente sin sobrepasar los límites que
puedan suprimir la función inmunológica. La razón de este ying-yang está
vinculada al sistema endocrino, y la percepción del cuerpo del ejercicio como
stress.
La epinefrina –segregada durante la actividad física-, ayuda a que circulen células “asesinas” del cáncer en tumores. Dichas
células se mueven en el riego sanguíneo y se infiltran en las células
tumorales, causándoles un “estrangulamiento”. Los investigadores confirmaron
esta teoría usando métodos diferentes, incluyendo los ratones sin células
asesinas, bloqueando el flujo de epinefrina e inyectando a los ratones con
epinefrina. Todos los estudios condujeron a la misma conclusión. La epinefrina
causo la infiltración de las células asesinas (Neiman et al. 1995). Estudios
posteriores hallaron que fue el Interleukin-6 (IL-6), un indicador
inflamatorio, el que sirvió como señal de célula inmune. Solo las células
asesinas IL-6 mostraron esta respuesta, y éstas ayudaron a guiar las células asesinas a estos tumores.
Otros
efectos hormonales derivados de la actividad física incluyen reducción de la
insulina, y un aumento en el crecimiento del factor insulínico 1 (IGF-1) y una reducción
en los niveles de leptina (Dutta et al. 2012). Cuando los niveles de leptina están
altos, varios canceres sobreviven mejor, crecen más rápidamente y se diseminan
más (Dutta et al. 2012). En adición, la leptina causa la segregación de agentes
inflamatorios que pueden complicar el riesgo de cáncer. Las hormonas sexuales, cortisol
y prostanglandinas actualmente están siendo investigadas en sus roles en la progresión
el cáncer, así como su prevención. Asimismo está demostrado que la actividad
física minimice los efectos negativos de las terapias tradicionales del cáncer.
Un meta-análisis de 16 estudios muestran que los pacientes de cáncer que hacían
ejercicio tenían mejor calidad de vida, comparados con aquellos que no hacían
ejercicio (McTiernan 2006). Los beneficios eran tanto físicos como mentales e
incluían menor fatiga, más energía, estancias hospitalarias más breves, y
niveles más altos de autoestima.
Traducción: K.Richardson PMA-CPT 10938